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Su especialidad son las bicicletas montañeras. Es un mecánico autodidacta
Su trabajo es minucioso y discreto, solo descansa los domingos. Don Paulino Iraola no siempre fue mecánico de bicicletas, aunque se dedica a este oficio desde hace 22 años. Antes pasó otras dos décadas como funcionario público, en el Ministerio de Finanzas donde hizo una carrera administrativa. Comenzó a los 16 años como encargado de limpieza y llegó a ser ayudante de auditor. Entonces vivía en La Paz y confiesa que le agobiaban los permanentes conflictos sociales, propios de la sede de Gobierno.
En 1990 su vida dio un giro radical: emigró a Santa Cruz junto a su familia, para dar solución al problema de salud de su esposa, Elsa, a quien le hacía daño la altura.
“Busqué trabajo, pero al final decidí armar mi propio taller, para quedarme en casa con mis hijos, mientras mi esposa cumplía sus turnos de enfermera”, relata y asegura que no se arrepiente de haber dejado atrás la rigidez de una oficina, mientras abre los brazos y se muestra cómodo con una camisa de mangas cortas.
Don Paulino nació en las minas del sur de Potosí, en la provincia Sur Chichas; allí pasó su infancia y luego se trasladó a la mina de Colquiri en La Paz, porque su padre era mecánico de las máquinas de los ingenios mineros. “Para este oficio se necesita paciencia y creo que yo la heredé de mi padre”, piensa en voz alta, y explica que es el penúltimo hijo de ocho hermanos. Su padre fue benemérito de la Guerra del Chaco y trabajó en las minas casi toda su vida, antes y después de la Revolución del 52.
Don Paulino, desde pequeño, tenía afición por el trabajo manual. Recuerda que cuando era niño le regalaron un triciclo que él armaba y desarmaba, y junto a los otros chicos fabricaba sus coches con latas de leche o tablas de madera. Quizá por ello no le fue difícil aprender todo sobre el funcionamiento de las bicicletas. Cuando decidió ser mecánico se compró una montañera que reconstruyó varias veces hasta conocer su mecanismo con alta precisión.
Su trabajo comienza a las 7:30 y se extiende hasta las 19:00, con una pausa a la hora del almuerzo. El taller de don Paulino está instalado en la plazuela del barrio La Morita; allí se lo ve todos los días desde temprano atendiendo a sus clientes. En el barrio casi todos lo conocen, lo saludan los adultos y los niños. Es un vecino popular.
Piensa en la ciudad a la que llegó en 1990 y señala hacia el cuarto anillo. “A partir de allí todo era monte”, describe. Por ese entonces tenía cuatro hijos y en Santa Cruz nació el último, que actualmente es el único que se encuentra en la universidad, porque los demás ya son profesionales.
El trabajo del taller le permite gozar de su vida de familia, pues en el mismo patio juegan sus nietos y también ronda el perro de la casa.
Sostiene que la bicicleta es un medio de transporte limpio y saludable. “Me regocijo cuando veo a los niños dando vueltas en su bici o cuando arreglo las bicicletas estacionarias de los gimnasios, porque sé que estoy ayudando a que la gente mejore su salud”, afirma.
Cuando cierra su taller, a modo de descanso, toca su guitarra, le gustan las canciones del ayer, como las de Los Iracundos. Los domingos se dedica al culto religioso, en la iglesia de los Testigos de Jehová. Precisa que cada día pone todo su empeño en su trabajo, pues lo hace como si fuera para Dios.
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