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Luego del descontrolado desborde del río de las Minas, el cual se ensañó con cientos de familias de Punta Arenas, el barro aún duele en muchos hogares. El Magallanes conoció de cerca ayer la verdadera lucha cuerpo a cuerpo de los vecinos contra el infame lodo en el barrio Croata. Aquel indeseado invasor que llegó con el agua y se depositó en los cimientos de sus casas.
A casi tres semanas de esta verdadera catástrofe, varios son ya los moradores del sector que, con el dolor de su alma, han debido comenzar a romper los pisos de sus viviendas tras las inclementes huellas del agua. Aquellas nobles maderas y revestimientos aplicados con mucho esfuerzo ya no sirven y en la mayoría de los casos ya perdieron su forma. Lo más ingrato es tener que romper para retirar las tablas, luego que la podredumbre de las aguas lluvias mezcladas con desechos de alcantarillados contaminaran todo a su paso, empozándose barro con aguas servidas en los cimientos de los hogares.
Cualquier persona ajena que se encontrara con esto, con toda seguridad que preferiría dejar todo esto botado y no volver nunca más. Sin embargo, detrás de cada casa afectada hay historias de vida cimentadas con mucho sacrificio y amor. De familias que todo lo que tienen está depositado allí, y lucharán con esfuerzo para recuperar lo poco y nada que les dejó el aluvión.
Una casa sin piso
Uno de los casos más impactantes es el de Héctor Carvajal Daza, quien vive más de 40 años en su hogar de Angamos Nº1450, esquina Ernesto Hobbs, y hoy con su grupo familiar de seis personas está allegado donde una hija.
“No fuera nada que el lodo…, acá cuando empezó a llegar el agua, entró de todo, excremento”, señala. El fuerte hedor no es un capricho, ya que aquella madrugada del lunes 12 empezaron a inundarse por el baño, desde el cual empezaron a brotar aguas servidas. “Y acá lo que estoy haciendo, sacamos el piso porque se nos levantó. Y al levantar el piso tuvimos que desarmar las paredes porque se deformó todo”, agrega. Aparte que el terreno se está yendo para abajo.
El se gana la vida con un carrito manicero y desde esta catástrofe no ha podido salir a trabajar. Y si él no hace nada, nadie lo hará por él, aparte que ninguna autoridad parece haberse puesto en su lugar. Si se abocó a desarmar solo su vivienda fue porque tampoco tiene para pagarle a un maestro. Por fortuna, su yerno lo ha ayudado en lo que ha podido.
“Esto es una cosa engañosa, porque hay vecinos que quizá limpiaron por arriba todo, pero ya abajo tienen el ‘despelote’ y ya se les está deformando el piso”, añade. Como única ayuda a las autoridades, él sólo pide material estabilizado, que lo más apremiante, para depositar en la cavidad donde retiraron el lodo. “Nadie se ha acercado a decir te voy a llevar una camionadita. Ayer vino el diputado Navarro, estuvo, se metió abajo y miró y dijo: ‘¡Pucha!’… Y vinieron unas visitas del gobierno a entregar unos folletos y les dije lo mismo, que necesito estabilizado”, subraya.
Pérdidas que duelen
Otros hogares castigados son los de la calle Mario Toledo Viola. A la altura del Nº365, Luis Vásquez Acevedo no sólo tiene su casa hecha un desastre, sino que el agua y el barro lo dejaron sin su vehículo, que era su fuente de trabajo. “Lamentablemente le entró agua al motor y ya no sirve”, señala. Un mecánico le dijo que el arreglo le saldría más de 600 mil pesos y él a duras penas tiene para el pan, al no poder trabajar.
Gracias a la ayuda del Fosis, él empezó a inicios de los años ’90 con un carrito a vender en la calle cebollas, huevos, papas y otras verduras. Con su tesón y fruto de su trabajo se compró un Datsun modelo 1981, el cual le había cambiado la vida a su familia de cuatro personas, entre ellos su nietecito, de 3 años, Luis Fabián.
“Lamentablemente no tengo los medios para arreglarlo, y del gobierno, para qué le voy a decir, soy sincero, yo sé que no vamos a recibir ninguna ayuda”, expresa.
A una cuadra de distancia, en la humilde morada de Mario Toledo Viola Nº410, la impotencia se puede leer en el curtido rostro de Antonio Skarich, de 77 años, residente en el sector desde los años ’40. Aquella casa la había recibido de herencia de su madre, y hace dos meses había desechado una oferta que le hicieron de 40 millones de pesos para venderla. El no quiso, porque se mudaría a ella con su esposa: “No quise, y ahora nadie me da nada”.
Para colmo de colmos, él tiene otra vivienda de su propiedad situada al frente y también resultó seriamente dañada. Como muchos vecinos, no sabe por dónde comenzar para recuperar cada dependencia. Aparte que el cuerpo tampoco lo acompaña mucho y, si se esfuerza mucho, se cansa o le viene algún dolor. En todo caso, agradece la ayuda que le brindaron los Testigos de Jehová para limpiar su hogar.
Con la misma sinceridad, él opina que la ayuda económica ofrecida por el gobierno (un millón 300 mil pesos en materiales de construcción) es una burla. Días antes del aluvión, él había invertido un millón de pesos para mejorar el baño de la casa que ocuparía con su mujer, en el que instalaría un calefont. Todo ello fue plata perdida.
Al otro lado del río
En el mismo barrio, pero al otro lado del puente, en Julia Garay Guerra Nº612, el dolor también se ensañó con Honoria Oyarzún. Con su marido perdieron 32 años de trabajo por habilitar un confortable hogar. En parte de sus 120 metros cuadrados habían instalado piso flotante, y contaba con piezas alfombradas. Además el agua se llevó décadas de fotografías.
“El agua subió a tal nivel que deben ser más de 30 centímetros de altura. Para poder mejorar esto, hay que sacar los pisos que eran de machimbre y debajo de esto hay sólo lodo. Ya vinieron empresas constructoras a evaluar los daños estructurales y deberán sacar las paredes porque esto se contaminó todo y ya se están deformando”, señala.
Al borde del llanto, esta golpeada vecina confiesa no saber por dónde empezar, y nos invita a su espaciosa cocina, que era su refugio, para mostrar lo poco que se salvó.
Incluso desde 2007 ella tenía un centro esteticista en su casa, labor que se ve hoy impedida de desarrollar, y deberán esperar siete meses para volver a habitarla.
Oscar Melgarejo, domiciliado en el Nº637 de la misma calle, registró daños en dos viviendas de su propiedad, una de las cuales data de 1920, y en la que deberá cambiar todo el piso y paredes, además de sus cimientos que eran poyos de madera de ciprés. Este vecino de la tercera edad agradeció la ayuda que le brindaron varios voluntarios, y a la vez criticó el impacto de esta inundación “por decisiones que no se tomaron a su debido tiempo”.
Otro sufrido vecino es Hugo Pavez, de Julia Garay Guerra Nº659, a quien el barro le ocasionó daños de consideración a una vivienda que tenía en arriendo y a la casa interior que ocupaba con su hijo. El perdió todos sus electrodomésticos, mobiliario e incluso ha desembolsado en labores de aseo y en estabilizado para poder ingresar máquinas a su sitio para retirar el lodo. Con su yerno calcularon que todos los gastos que deberán hacer suman unos 15 millones de pesos.
Pavez hizo además un urgente llamado a alguien que le preste una lavadora chica por unos tres meses (su teléfono es el 83654287).