2011-09-04
Quizá lo más perverso de la cultura dominante sea su invisibilidad. Tenemos firmemente plantado en el cerebro un conjunto de verdades incuestionables. Casi inamovibles. Pregunte usted a un grupo de jóvenes universitarios porqué fue tan fácil para un pequeño grupo de extremeños capitaneados por Cortés y Pizarro conquistar México o Perú. Todavía, casi quinientos años después de los hechos, habrá quien conteste que fue por la religión. Además, casi ninguno le mencionará a las bacterias y los virus como las armas estratégicas clave para lograr la conquista. Ninguno le mencionará la convivencia con animales de granja y de corral como el origen de estas enfermedades para las cuales las poblaciones nativas eran inmunológicamente ingenuas.
Lo que damos en llamar cultura dominante no es sino el conjunto de ideas, conocimientos, prejuicios, mitos y mentiras compartidos por un grupo amplio de personas. Que tanta preponderancia tiene cada uno de estos componentes en distintos rincones del planeta depende, en gran parte, del grado de escolaridad, número de libros leídos por año, medios de comunicación masiva, etc. En una palabra, la cultura dominante suele estar determinada en parte por el conjunto de medios educativos formales y no formales al alcance de una población dada.
Cuando se enuncia una idea que choca con la cultura dominante se produce un conflicto. Este conflicto se resuelve idealmente con un abollamiento y una transformación de la cultura dominante. Pero en ocasiones, este encontronazo se resuelve con el ataque despiadado a la persona o al grupo que osó cuestionar a la cultura dominante. Ejemplo: los símbolos sagrados de la patria. Aquellas mexicanas y aquellos mexicanos que profesan las creencias de los Testigos de Jehová tienen claro que la veneración cívica, la de los lunes en el patio de la escuela, es una religión paralela que ellos prefieren no adoptar. Esta religión, fomentada desde el estado, tiene su liturgia, sus santos, sus sumos sacerdotes y, por supuesto, sus símbolos sagrados. Por ello los Testigos de Jehová se niegan a rendir pleitesía a la bandera -a la que ven como una pieza de tela, un trapo- o a cantar una canción guerrera, sangrienta, compuesta en honor de López de Santa Ana. Se oponen por su carácter pretendidamente sagrado, no por ser un trozo de tela o una canción agresiva.
¿Cuál es la respuesta colectiva de los mexicanos contra este reto a la cultura dominante? La agresión, la expulsión de los niños Testigos de las escuelas, el destierro social, la burla y el escarnio. Precisamente la respuesta que daría cualquier religión contra un grupo de herejes.
Empezando septiembre, el mes de la exacerbación del espíritu patrio, vale la pena detenerse y cuestionar si esta y otras facetas de la cultura dominante nos hace mejores o no. Si vale la pena escuchar al hereje antes de condenarlo a la hoguera. Quizá no para darle la oportunidad de que nos convenza, pero por lo menos para respetar su derecho a ser distinto a la vez que nos exponemos a lo otro, que no es sino otra oportunidad de aprender, de crecer, de ser mejores.