"Infiltrado" en una predicación puerta a puerta
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Un ejército de predicadores a domicilio recorre a diario las casas de todo el mundo: son los Testigos de Jehová. Aferrados a la Biblia y a las ideas de los primeros cristianos, divulgan su fe puerta a puerta. ¿Pero qué respuesta reciben en estas visitas? Un periodista de Levante-EMV, con el permiso de la organización religiosa, vive un día de predicación por las casas de Valencia junto a un Testigo real.
PACO CERDÀ, VALENCIA -"Hola, buenos días, somos Salvador y Paco, y le traemos una invitación personal para que pueda venir a una conferencia que tiene mucho que ver con nuestra propia vida, la de todos. Si quiere coger esta hoja de información...".
Un ama de casa que acaba de abrir la puerta, con delantal y trapo de cocina en la mano, balbucea una escueta negativa y rechaza el folleto antes de cerrar la puerta en las narices de Salvador, Testigo de Jehová y predicador a domicilio desde hace 37 años, y el periodista vestido de Testigo (camisa, corbata, maletín), que se ha infiltrado con permiso de esta organización religiosa para conocer de primera mano la vida de un testigo y las reacciones de la gente. Pero esto es sólo el primer portazo. Estamos en el piso 15 de un bloque de 60 puertas de la avenida Hermanos Maristas de Valencia y queda toda una mañana por delante de predicación casa por casa.
En el segundo rellano de arriba a abajo (es más cómodo ir bajando escaleras), un hombre mayor mira extrañado desde detrás de sus gafas y apenas deja terminar la frase inicial. "No, no quiero saber nada", dice antes de meterse en su hogar. Algo más de suerte en el tercer rellano. Un chico joven acepta el pasquín -parece que por compasión- y se despide. En la hoja, titulada "¿Arruinará el hombre el planeta Tierra?", se invita a una conferencia titulada "Venga tu reino" (26 de junio en Feria Valencia) en la que "se explicará cómo nuestro planeta se transformará en un paraíso y qué deben hacer usted y su familia para disfrutarlo". En el descansillo, Salvador anota la puerta del "éxito". "Donde vemos algo de receptividad, volvemos más adelante", explica. Son las revisitas de los Testigos.
El abanico de reacciones se va ampliando. En el cuarto piso, según se baja, una voz de mujer responde al timbrazo desde detrás de la mirilla coronada con una imagen de Cristo.
-"¿Quién es?", pregunta sin abrir.
-"Hola, buenos días, somos Salvador y Paco...".
-"Ya, pero ¿qué son? ¿Son Testigos de Jehová?".
-"Sí, y venimos a traerle...".
-"No, no, hasta luego".
En el quinto rellano nadie abre la puerta. Pero se oyen grifos abiertos y pasos tras unas mirillas que se oscurecen de forma sospechosa. Tal vez sea mejor eso que no lo visto un piso más abajo. Un hombre de mediana edad da un portazo nada más abrir y ver a la pareja del maletín. Sin mediar palabra, sin escuchar, sin decir adiós. Portazo. "Es habitual", apunta Salvador sin inmutarse. "Hay dos versiones de portazos: los que no dicen nada y los que cierran mientras te dicen algo malo", matiza.
No le afectan los portazos
Son ya siete pisos de portazos, desplantes, malas miradas y mirillas escrutadoras. Uno, que sólo está de paso y que poco le va en esta misión, siente la autoestima menoscabada. Salvador no. ¿No es humano, no tiene sentimientos? "Sí, pero es que todas esas reacciones no se las hacen a Salvador como persona, porque a mí ni me conocen, sino que lo hacen por la concepción que tienen de los Testigos de Jehová. Pero si supieran los que se nos viene encima...", responde.
Hasta ahora, Salvador parece un comercial de Dios al que no le dejan ni siquiera enseñar el producto que "vende". No puede ni hablar de Jehová, de la Biblia o de algo mínimamente complejo. A lo sumo que aspira es a que le acepten el folleto de la asamblea. "Pero no hay que desanimarse", cuenta en el octavo descansillo. Por eso, ahora que está en paro (ha trabajado 25 años en Telefónica y ha hecho de maestro de autoescuela), Salvador sale a predicar por su ruta asignada cuatro días a la semana. De 10 a 13.30 y de 16.30 hasta última hora de la tarde. Casi 30 horas de prédica semanal puerta a puerta. A ese ritmo salen 120 horas de un trabajo no remunerado al mes que es admirado por su familia (también son Testigos su mujer, su hijo y su nuera). ¿Y a cuántas personas logra convencer y atraer hacia la fe de los Testigos de Jehová? ¿Uno a la semana, uno al mes? Salvador sonríe. "El último hermano que se bautizó gracias a mí fue Miguel. De eso hace casi dos años", responde.
Cada cinco años puede convencer a dos personas, asegura. Y hay Testigos de Jehová -con un menor ritmo de predicación, "cada uno hace lo que puede"- que no consiguen convencer a nadie en toda su vida. "Pero de uno en uno, cada año se bautizan 300.000 Testigos de Jehová nuevos en todo el mundo", precisa Salvador con un optimismo difícil de compartir. Eso sí: advierte que "no se trata de captar por captar", sino de acercar la Biblia a la gente para hacer cumplir el mandato de Mateo 24:14: "Y será predicado este evangelio del Reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin".
"Venga, que tengo prisa"
Noveno piso. Dos vecinas salen de su casa y aceptan el folleto, sin más. En la planta de abajo, más grifos corriendo y puertas que no se abren. Salvador anota los números en los que no ha encontrado respuesta. Volverá en otra ocasión. En el piso onceavo, dos puertas abren al mismo tiempo. Las vecinas se saludan y Salvador bromea sobre los perritos que enseguida se echan a sus piernas y también alaba la "buena vecindad que se conserva". Ni con ésas. La más joven se excusa ("no me puedo entretener") y la otra coge el camino más corto: "¿Qué son, Testigos de Jehová? Venga, díganme, que tengo un poco de prisa". Apenas unos segundos después, se refugia en casa con la hoja en la mano.
Ya queda menos. Después de colocar otra hojita en el rellano número 12, una planta más abajo llega la sorpresa. Abre la puerta María, una hermana de los Testigos de Jehová. Salvador -fiel al pacto- presenta a su compañero como "un hermano que está de visita". María insiste en que pasemos a descansar. Ya en el salón, le cuenta a Salvador que estaba leyendo el libro bíblico de Ezequiel y acababa de escribir algunas cartas. "Estoy muy mal de las cervicales y puedo predicar poco. Salgo los sábados, pero eso sí: espero con avidez a que lleguen las revistas (Atalaya y Despertad, órganos oficiales de la organización religiosa internacional) porque me las leo con ansias", asegura.
"No quiero saber nada de ustedes"
Minutos después de la hospitalaria acogida, y en el penúltimo rellano, llega la cruda realidad. Un hombre con espeso bigote, nada más abrir la puerta y evitando los circunloquios, espeta: "¿Ustedes de qué son?". "Testigos de Jehová", contesta Salvador, que siempre esconde la palabra consciente de que al usarla cava su tumba frente a un desconocido. Al oírlo, el hombre empieza a hacer aspavientos con los brazos. "¡No quiero saber nada, no me interesa y no les puedo atender!", dice antes del desagradable portazo.
Más de dos horas después, la visita llega a la última planta del bloque, que es la primera. Una mujer mayor abre la puerta. "Yo soy muy creyente, pero no sé leer", se excusa al aceptar la hoja. "Miren, miren, aquí tengo a Jesús", presume mientras señala la cómoda del recibidor. Salvador se interesa por el olor que exhala su cocina. "Sólo es arroz a la cubana", resta importancia ella antes de desgranar la humilde receta. Salvador se muestra muy interesado y le pide que algún familiar le lea la invitación, porque en ese acto "se hablará de cómo el mundo va de mal en peor". "Sí, sí, estamos corrompidos -responde la mujer-, pero creo que el Señor con tanto mal ya no puede". La visita llega a su fin. Mientras Salvador recupera la corbata y el maletín prestados, uno piensa en la advertencia que recibió del amable Testigo al concertar el reportaje: "Ya lo verás: ésta es una vida muy dura...". Palabra de Salvador.
Más de 12.000 fieles en la C. Valenciana
En todo el mundo hay más de 7,5 millones de Testigos de Jehová organizados en más de 107.000 congregaciones. En España son algo más de 110.000 testigos y en la C. Valenciana superan los 12.000 miembros activos (es decir, que predican casa por casa). Su fe dice apegarse por completo a la Biblia para recuperar el modo de vida y las ideas de los primeros cristianos. Son conocidos por rechazar las transfusiones de sangre, la homosexualidad, la blasfemia o el tabaco y las borracheras. Aparte de la prédica, se reúnen dos veces por semana para celebrar 5 reuniones en el Salón del Reino (su "Iglesia"), donde estudian la Biblia y aprenden a predicar. Los últimos datos dicen que en la C. Valenciana hay 157 congregaciones y 92 templos de Testigos. El 94% de sus ingresos procede de "donaciones voluntarias y anónimas".
PACO CERDÀ, VALENCIA -"Hola, buenos días, somos Salvador y Paco, y le traemos una invitación personal para que pueda venir a una conferencia que tiene mucho que ver con nuestra propia vida, la de todos. Si quiere coger esta hoja de información...".
Un ama de casa que acaba de abrir la puerta, con delantal y trapo de cocina en la mano, balbucea una escueta negativa y rechaza el folleto antes de cerrar la puerta en las narices de Salvador, Testigo de Jehová y predicador a domicilio desde hace 37 años, y el periodista vestido de Testigo (camisa, corbata, maletín), que se ha infiltrado con permiso de esta organización religiosa para conocer de primera mano la vida de un testigo y las reacciones de la gente. Pero esto es sólo el primer portazo. Estamos en el piso 15 de un bloque de 60 puertas de la avenida Hermanos Maristas de Valencia y queda toda una mañana por delante de predicación casa por casa.
En el segundo rellano de arriba a abajo (es más cómodo ir bajando escaleras), un hombre mayor mira extrañado desde detrás de sus gafas y apenas deja terminar la frase inicial. "No, no quiero saber nada", dice antes de meterse en su hogar. Algo más de suerte en el tercer rellano. Un chico joven acepta el pasquín -parece que por compasión- y se despide. En la hoja, titulada "¿Arruinará el hombre el planeta Tierra?", se invita a una conferencia titulada "Venga tu reino" (26 de junio en Feria Valencia) en la que "se explicará cómo nuestro planeta se transformará en un paraíso y qué deben hacer usted y su familia para disfrutarlo". En el descansillo, Salvador anota la puerta del "éxito". "Donde vemos algo de receptividad, volvemos más adelante", explica. Son las revisitas de los Testigos.
El abanico de reacciones se va ampliando. En el cuarto piso, según se baja, una voz de mujer responde al timbrazo desde detrás de la mirilla coronada con una imagen de Cristo.
-"¿Quién es?", pregunta sin abrir.
-"Hola, buenos días, somos Salvador y Paco...".
-"Ya, pero ¿qué son? ¿Son Testigos de Jehová?".
-"Sí, y venimos a traerle...".
-"No, no, hasta luego".
En el quinto rellano nadie abre la puerta. Pero se oyen grifos abiertos y pasos tras unas mirillas que se oscurecen de forma sospechosa. Tal vez sea mejor eso que no lo visto un piso más abajo. Un hombre de mediana edad da un portazo nada más abrir y ver a la pareja del maletín. Sin mediar palabra, sin escuchar, sin decir adiós. Portazo. "Es habitual", apunta Salvador sin inmutarse. "Hay dos versiones de portazos: los que no dicen nada y los que cierran mientras te dicen algo malo", matiza.
No le afectan los portazos
Son ya siete pisos de portazos, desplantes, malas miradas y mirillas escrutadoras. Uno, que sólo está de paso y que poco le va en esta misión, siente la autoestima menoscabada. Salvador no. ¿No es humano, no tiene sentimientos? "Sí, pero es que todas esas reacciones no se las hacen a Salvador como persona, porque a mí ni me conocen, sino que lo hacen por la concepción que tienen de los Testigos de Jehová. Pero si supieran los que se nos viene encima...", responde.
Hasta ahora, Salvador parece un comercial de Dios al que no le dejan ni siquiera enseñar el producto que "vende". No puede ni hablar de Jehová, de la Biblia o de algo mínimamente complejo. A lo sumo que aspira es a que le acepten el folleto de la asamblea. "Pero no hay que desanimarse", cuenta en el octavo descansillo. Por eso, ahora que está en paro (ha trabajado 25 años en Telefónica y ha hecho de maestro de autoescuela), Salvador sale a predicar por su ruta asignada cuatro días a la semana. De 10 a 13.30 y de 16.30 hasta última hora de la tarde. Casi 30 horas de prédica semanal puerta a puerta. A ese ritmo salen 120 horas de un trabajo no remunerado al mes que es admirado por su familia (también son Testigos su mujer, su hijo y su nuera). ¿Y a cuántas personas logra convencer y atraer hacia la fe de los Testigos de Jehová? ¿Uno a la semana, uno al mes? Salvador sonríe. "El último hermano que se bautizó gracias a mí fue Miguel. De eso hace casi dos años", responde.
Cada cinco años puede convencer a dos personas, asegura. Y hay Testigos de Jehová -con un menor ritmo de predicación, "cada uno hace lo que puede"- que no consiguen convencer a nadie en toda su vida. "Pero de uno en uno, cada año se bautizan 300.000 Testigos de Jehová nuevos en todo el mundo", precisa Salvador con un optimismo difícil de compartir. Eso sí: advierte que "no se trata de captar por captar", sino de acercar la Biblia a la gente para hacer cumplir el mandato de Mateo 24:14: "Y será predicado este evangelio del Reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin".
"Venga, que tengo prisa"
Noveno piso. Dos vecinas salen de su casa y aceptan el folleto, sin más. En la planta de abajo, más grifos corriendo y puertas que no se abren. Salvador anota los números en los que no ha encontrado respuesta. Volverá en otra ocasión. En el piso onceavo, dos puertas abren al mismo tiempo. Las vecinas se saludan y Salvador bromea sobre los perritos que enseguida se echan a sus piernas y también alaba la "buena vecindad que se conserva". Ni con ésas. La más joven se excusa ("no me puedo entretener") y la otra coge el camino más corto: "¿Qué son, Testigos de Jehová? Venga, díganme, que tengo un poco de prisa". Apenas unos segundos después, se refugia en casa con la hoja en la mano.
Ya queda menos. Después de colocar otra hojita en el rellano número 12, una planta más abajo llega la sorpresa. Abre la puerta María, una hermana de los Testigos de Jehová. Salvador -fiel al pacto- presenta a su compañero como "un hermano que está de visita". María insiste en que pasemos a descansar. Ya en el salón, le cuenta a Salvador que estaba leyendo el libro bíblico de Ezequiel y acababa de escribir algunas cartas. "Estoy muy mal de las cervicales y puedo predicar poco. Salgo los sábados, pero eso sí: espero con avidez a que lleguen las revistas (Atalaya y Despertad, órganos oficiales de la organización religiosa internacional) porque me las leo con ansias", asegura.
"No quiero saber nada de ustedes"
Minutos después de la hospitalaria acogida, y en el penúltimo rellano, llega la cruda realidad. Un hombre con espeso bigote, nada más abrir la puerta y evitando los circunloquios, espeta: "¿Ustedes de qué son?". "Testigos de Jehová", contesta Salvador, que siempre esconde la palabra consciente de que al usarla cava su tumba frente a un desconocido. Al oírlo, el hombre empieza a hacer aspavientos con los brazos. "¡No quiero saber nada, no me interesa y no les puedo atender!", dice antes del desagradable portazo.
Más de dos horas después, la visita llega a la última planta del bloque, que es la primera. Una mujer mayor abre la puerta. "Yo soy muy creyente, pero no sé leer", se excusa al aceptar la hoja. "Miren, miren, aquí tengo a Jesús", presume mientras señala la cómoda del recibidor. Salvador se interesa por el olor que exhala su cocina. "Sólo es arroz a la cubana", resta importancia ella antes de desgranar la humilde receta. Salvador se muestra muy interesado y le pide que algún familiar le lea la invitación, porque en ese acto "se hablará de cómo el mundo va de mal en peor". "Sí, sí, estamos corrompidos -responde la mujer-, pero creo que el Señor con tanto mal ya no puede". La visita llega a su fin. Mientras Salvador recupera la corbata y el maletín prestados, uno piensa en la advertencia que recibió del amable Testigo al concertar el reportaje: "Ya lo verás: ésta es una vida muy dura...". Palabra de Salvador.
Más de 12.000 fieles en la C. Valenciana
En todo el mundo hay más de 7,5 millones de Testigos de Jehová organizados en más de 107.000 congregaciones. En España son algo más de 110.000 testigos y en la C. Valenciana superan los 12.000 miembros activos (es decir, que predican casa por casa). Su fe dice apegarse por completo a la Biblia para recuperar el modo de vida y las ideas de los primeros cristianos. Son conocidos por rechazar las transfusiones de sangre, la homosexualidad, la blasfemia o el tabaco y las borracheras. Aparte de la prédica, se reúnen dos veces por semana para celebrar 5 reuniones en el Salón del Reino (su "Iglesia"), donde estudian la Biblia y aprenden a predicar. Los últimos datos dicen que en la C. Valenciana hay 157 congregaciones y 92 templos de Testigos. El 94% de sus ingresos procede de "donaciones voluntarias y anónimas".