Jueves 18 de agosto del 2011 Viva Guayaquil
Margarita ha visto a los alumnos crecer y convertirse en profesionales.
Gloria, Lupita, Bella, la Madrina, son los nombres con los que los estudiantes conocen a la señora que vende caramelos, galletas, chocolates y cigarrillos en las afueras de la Universidad Casa Grande, ubicada frente al centro comercial Albán Borja.
Su nombre real es Margarita Ballesteros Martillo. Nació en Guayaquil el 18 de febrero de 1938 y desde pequeña su condición económica fue bastante limitada.
Cuando apenas tenía 12 años lustraba zapatos en el cerro Santa Ana y ganaba 2 sucres, lo cual era fantástico para Margarita, quien tenía asegurado el almuerzo y la merienda en casa para toda la familia.
A los 16 años tuvo su primer hijo, Félix, de ahí viene una lista de siete más. Jorge, Yimmi, Anita, Victoria, Yima, Enrique (+) y Miguel.
Enrique falleció hace dos meses en un accidente de tránsito y para la Madrina es imposible hablar de él sin que sus ojos se llenen de lágrimas, pero no cuestiona la decisión de Dios, simplemente no la comparte. Félix, en cambio, trabaja como taxista afuera de la universidad y muchas veces lleva a su madre hasta la casa.
Es enfermera, ejerció la profesión hace más de 30 años, pero ahora como ya no ve muy bien prefiere no laborar en eso.
Empezó a trabajar con los Testigos de Jehová en 1982 cuidando los carros junto a la Universidad Casa Grande. Cuando tenía 14 años de labor dice ella que el coronel Albán Borja le dijo que ya no podía cuidar más los carros en el centro comercial. Sin embargo, ella vio la forma para cuidarlos en la noche.
Durante 23 años trabajó ahí, luego, cuando se instaló primero la Escuela de Comunicación Mónica Herrera (más tarde se convirtió en Universidad Casa Grande) empezó a dedicarse a la venta de caramelos. “Llevo 18 años en la universidad y 30 trabajando en esta misma zona”.
Margarita ha sido testigo de cómo ha cambiado el sector; a veces le asusta tanta construcción, pero piensa que es parte del progreso.
Ella trabaja desde las 09:00 hasta las 20:30 y se moviliza en Metrovía.
Cuando la Madrina está enferma o indispuesta y no va a su lugar de trabajo, los chicos la extrañan. “No sé si es porque me quieren o por los cigarrillos, pero me hago de la vista gorda y prefiero creer que es porque me quieren”, comenta sonriente esta mujer de contextura gruesa y cabello canoso que tiene muy bien pintadas las uñas de las manos, con un tono rojo pasión. Su nieta que le lleva el almuerzo todos los días aprovecha para pintarle las uñas a su abuela.
A pesar de vender cigarrillos ella jamás ha fumado. “Los chicos salen de clases a fumar, no sé qué le ven de bueno”, cuestiona.
“Soy la reina de mi hogar de 7 hijos, 23 nietos y 16 bisnietos”, dice orgullosa. Ella cree que esa suerte no la tiene mucha gente, por eso no se queja, vende siempre con una gran sonrisa en el rostro.
En la actualidad vive con sus dos hijas (una es viuda) y cuida de uno de sus nietos cuando no está trabajando. No visita mucho a sus otros hijos porque piensa que cada uno tiene su vida, pero ellos están puntuales para darle un vistazo a su madre.
Posee una vitalidad envidiable, los fines de semana va donde su comadre a conversar y pasar el día, a veces ella se aburre en casa, está acostumbrada a hablar con guardias, con todos los estudiantes, con los profesores, etcétera, que van en busca de un caramelo y un cigarrillo y se quedan más de media hora conversando. Es que todo aquel que va por un producto, también compra consejos.
Comenta que lo único que les dice a los jóvenes es que estudien. “He visto tantos chicos y chicas salir graduados por la puerta de la universidad que ya perdí la cuenta. También he sido testigo de cómo chicos que venían a la iglesia de pequeños ahora entran con sus esposas y sus hijos”.
También cuenta orgullosa, cómo “luego de algún tiempo aquellos estudiantes que se fueron graduados regresan a trabajar como profesores”.
No cree en doctores, porque dice que si no hay dinero para ir adonde ellos, entonces prefiere no enfermarse. Hasta tanto, la Madrina quiere seguir comiendo caldo de bolas –su plato preferido– mientras pueda, seguir cuidando a su nieto, continuar vendiendo y aprendiendo más de los jóvenes de hoy , “y que ellos valoren a sus madres”, tanto como sus hijos lo han hecho con ella.
Dicen de ella
"Si no saludas, ella lo hace, obligándote a ser cortés antes de comprar".
Eduardo Silva
Estudiante de la Casa Grande
Gloria, Lupita, Bella, la Madrina, son los nombres con los que los estudiantes conocen a la señora que vende caramelos, galletas, chocolates y cigarrillos en las afueras de la Universidad Casa Grande, ubicada frente al centro comercial Albán Borja.
Su nombre real es Margarita Ballesteros Martillo. Nació en Guayaquil el 18 de febrero de 1938 y desde pequeña su condición económica fue bastante limitada.
Cuando apenas tenía 12 años lustraba zapatos en el cerro Santa Ana y ganaba 2 sucres, lo cual era fantástico para Margarita, quien tenía asegurado el almuerzo y la merienda en casa para toda la familia.
A los 16 años tuvo su primer hijo, Félix, de ahí viene una lista de siete más. Jorge, Yimmi, Anita, Victoria, Yima, Enrique (+) y Miguel.
Enrique falleció hace dos meses en un accidente de tránsito y para la Madrina es imposible hablar de él sin que sus ojos se llenen de lágrimas, pero no cuestiona la decisión de Dios, simplemente no la comparte. Félix, en cambio, trabaja como taxista afuera de la universidad y muchas veces lleva a su madre hasta la casa.
Es enfermera, ejerció la profesión hace más de 30 años, pero ahora como ya no ve muy bien prefiere no laborar en eso.
Empezó a trabajar con los Testigos de Jehová en 1982 cuidando los carros junto a la Universidad Casa Grande. Cuando tenía 14 años de labor dice ella que el coronel Albán Borja le dijo que ya no podía cuidar más los carros en el centro comercial. Sin embargo, ella vio la forma para cuidarlos en la noche.
Durante 23 años trabajó ahí, luego, cuando se instaló primero la Escuela de Comunicación Mónica Herrera (más tarde se convirtió en Universidad Casa Grande) empezó a dedicarse a la venta de caramelos. “Llevo 18 años en la universidad y 30 trabajando en esta misma zona”.
Margarita ha sido testigo de cómo ha cambiado el sector; a veces le asusta tanta construcción, pero piensa que es parte del progreso.
Ella trabaja desde las 09:00 hasta las 20:30 y se moviliza en Metrovía.
Cuando la Madrina está enferma o indispuesta y no va a su lugar de trabajo, los chicos la extrañan. “No sé si es porque me quieren o por los cigarrillos, pero me hago de la vista gorda y prefiero creer que es porque me quieren”, comenta sonriente esta mujer de contextura gruesa y cabello canoso que tiene muy bien pintadas las uñas de las manos, con un tono rojo pasión. Su nieta que le lleva el almuerzo todos los días aprovecha para pintarle las uñas a su abuela.
A pesar de vender cigarrillos ella jamás ha fumado. “Los chicos salen de clases a fumar, no sé qué le ven de bueno”, cuestiona.
“Soy la reina de mi hogar de 7 hijos, 23 nietos y 16 bisnietos”, dice orgullosa. Ella cree que esa suerte no la tiene mucha gente, por eso no se queja, vende siempre con una gran sonrisa en el rostro.
En la actualidad vive con sus dos hijas (una es viuda) y cuida de uno de sus nietos cuando no está trabajando. No visita mucho a sus otros hijos porque piensa que cada uno tiene su vida, pero ellos están puntuales para darle un vistazo a su madre.
Posee una vitalidad envidiable, los fines de semana va donde su comadre a conversar y pasar el día, a veces ella se aburre en casa, está acostumbrada a hablar con guardias, con todos los estudiantes, con los profesores, etcétera, que van en busca de un caramelo y un cigarrillo y se quedan más de media hora conversando. Es que todo aquel que va por un producto, también compra consejos.
Comenta que lo único que les dice a los jóvenes es que estudien. “He visto tantos chicos y chicas salir graduados por la puerta de la universidad que ya perdí la cuenta. También he sido testigo de cómo chicos que venían a la iglesia de pequeños ahora entran con sus esposas y sus hijos”.
También cuenta orgullosa, cómo “luego de algún tiempo aquellos estudiantes que se fueron graduados regresan a trabajar como profesores”.
No cree en doctores, porque dice que si no hay dinero para ir adonde ellos, entonces prefiere no enfermarse. Hasta tanto, la Madrina quiere seguir comiendo caldo de bolas –su plato preferido– mientras pueda, seguir cuidando a su nieto, continuar vendiendo y aprendiendo más de los jóvenes de hoy , “y que ellos valoren a sus madres”, tanto como sus hijos lo han hecho con ella.
Dicen de ella
"Si no saludas, ella lo hace, obligándote a ser cortés antes de comprar".
Eduardo Silva
Estudiante de la Casa Grande