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viernes, 19 de agosto de 2011

Ella vende un ejemplo de vida

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 Jueves 18 de agosto del 2011 Viva Guayaquil


Margarita ha visto a los alumnos crecer y convertirse en profesionales.

Gloria, Lupita, Bella, la Madrina, son los nombres con los que los estudiantes conocen a la señora que vende caramelos, galletas, chocolates y cigarrillos en las afueras de la Universidad Casa Grande, ubicada frente al centro comercial Albán Borja.

Su nombre real es Margarita Ballesteros Martillo. Nació en Guayaquil el 18 de febrero de 1938 y desde pequeña su condición económica fue bastante limitada.

Cuando apenas tenía 12 años lustraba zapatos en el cerro Santa Ana y ganaba 2 sucres, lo cual era fantástico para Margarita, quien tenía asegurado el almuerzo y la merienda en casa para toda la familia.

A los 16 años tuvo su primer hijo, Félix, de ahí viene una lista de siete más. Jorge, Yimmi, Anita, Victoria, Yima, Enrique (+) y Miguel.

Enrique falleció hace dos meses en un accidente de tránsito y para la Madrina es imposible hablar de él sin que sus ojos se llenen de lágrimas, pero no cuestiona la decisión de Dios, simplemente no la comparte. Félix, en cambio, trabaja como taxista afuera de la universidad y muchas veces lleva a su madre hasta la casa.

Es enfermera, ejerció la profesión hace más de 30 años, pero ahora como ya no ve muy bien prefiere no laborar en eso.

Empezó a trabajar con los Testigos de Jehová en 1982 cuidando los carros junto a la Universidad Casa Grande. Cuando tenía 14 años de labor dice ella que el coronel Albán Borja le dijo que ya no podía cuidar más los carros en el centro comercial. Sin embargo, ella vio la forma para cuidarlos en la noche.

Durante 23 años trabajó ahí, luego, cuando se instaló primero la Escuela de Comunicación Mónica Herrera (más tarde se convirtió en Universidad Casa Grande) empezó a dedicarse a la venta de caramelos. “Llevo 18 años en la universidad y 30 trabajando en esta misma zona”.

Margarita ha sido testigo de cómo ha cambiado el sector; a veces le asusta tanta construcción, pero piensa que es parte del progreso.

Ella trabaja desde las 09:00 hasta las 20:30 y se moviliza en Metrovía.

Cuando la Madrina está enferma o indispuesta y no va a su lugar de trabajo, los chicos la extrañan. “No sé si es porque me quieren o por los cigarrillos, pero me hago de la vista gorda y prefiero creer que es porque me quieren”, comenta sonriente esta mujer de contextura gruesa y cabello canoso que tiene muy bien pintadas las uñas de las manos, con un tono rojo pasión. Su nieta que le lleva el almuerzo todos los días aprovecha para pintarle las uñas a su abuela.

A pesar de vender cigarrillos ella jamás ha fumado. “Los chicos salen de clases a fumar, no sé qué le ven de bueno”, cuestiona.

“Soy la reina de mi hogar de 7 hijos, 23 nietos y 16 bisnietos”, dice orgullosa. Ella cree que esa suerte no la tiene mucha gente, por eso no se queja, vende siempre con una gran sonrisa en el rostro.

En la actualidad vive con sus dos hijas (una es viuda) y cuida de uno de sus nietos cuando no está trabajando. No visita mucho a sus otros hijos porque piensa que cada uno tiene su vida, pero ellos están puntuales para darle un vistazo a su madre.

Posee una vitalidad envidiable, los fines de semana va donde su comadre a conversar y pasar el día, a veces ella se aburre en casa, está acostumbrada a hablar con guardias, con todos los estudiantes, con los profesores, etcétera, que van en busca de un caramelo y un cigarrillo y se quedan más de media hora conversando. Es que todo aquel que va por un producto, también compra consejos.

Comenta que lo único que les dice a los jóvenes es que estudien. “He visto tantos chicos y chicas salir graduados por la puerta de la universidad que ya perdí la cuenta. También he sido testigo de cómo chicos que venían a la iglesia de pequeños ahora entran con sus esposas y sus hijos”.

También cuenta orgullosa, cómo “luego de algún tiempo aquellos estudiantes que se fueron graduados regresan a trabajar como profesores”.

No cree en doctores, porque dice que si no hay dinero para ir adonde ellos, entonces prefiere no enfermarse. Hasta tanto, la Madrina quiere seguir comiendo caldo de bolas –su plato preferido– mientras pueda, seguir cuidando a su nieto, continuar vendiendo y aprendiendo más de los jóvenes de hoy , “y que ellos valoren a sus madres”, tanto como sus hijos lo han hecho con ella.

Dicen de ella
"Si no saludas, ella lo hace, obligándote a ser cortés antes de comprar".
Eduardo Silva
Estudiante de la Casa Grande 

Estela limpia, a diario, el parque en El Batán, norte de Bogotá

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Dice que le produce una sensación agradable y que es un beneficio para la comunidad.



Es residente del barrio y lo hace en beneficio de la comunidad.

Estela Guateme sale todas las mañanas al parque; no lo hace para ejercitarse ni para jugar, sino para limpiarlo y regar las plantas.

Frente a la indiferencia de algunos y el asombro de otros, barre las hojas secas que caen de los árboles, recoge los papeles que personas dejan por ahí y, también, limpia los desechos de las mascotas que dueños despreocupados no recogen.

Hace tres meses llegó al barrio El Batán y le pareció que el parque San Ambrosio, ubicado en la calle 123A con carrera 49, era un "descanso visual en medio de tanto edificio", se dio cuenta que la gente lo tenía descuidado y por ello, desde que llegó, decidió dedicarle una hora cada mañana para limpiarlo.

"La primera vez que la vi estaba arrodillada sembrando unas flores y apilando unas piedras que estaban en el parque", comentó Esperanza Castilla, presidenta de la Junta de Acción Comunal (JAC).

Estela había decidido recoger unos cartuchos que un vecino había botado, "los levanté y los sembré", señaló, mientras los regaba con agua.

Agregó que "para tener el parque limpio no se necesita inversión, sino voluntad", inició con un recogedor y un palito, levantando los papeles que la gente dejaba. Luego, la Junta le prestó los implementos necesarios para hacer su labor.

Asegura que no tiene mascotas ni niños que jueguen en el parque, pero que lo hace como una forma para hacer ejercicio porque le produce una sensación agradable y es en beneficio de la comunidad.

Ella es testigo de Jehová y asegura que, según lo que ha aprendido de la Biblia, lo hace "para mejorar el entorno que tenemos, y como la tierra nos nutre debemos hacer algo para retribuirla", concluyó Estela.

Vecinos decidieron unirse

Antes vivía en el barrio Ciudad Jardín pero no había parques tan cercanos a su casa, por lo que de vez en cuando los limpiaba; los vecinos le decían que la labor que hacía era muy bonita.

Confesó que en El Batán la gente la miraba y le preguntaba por qué lo hacía, ella sólo atinaba a responder "quiero verlo bonito". Pero, poco a poco, los residentes se fueron contagiando de su actitud y decidieron ayudarla.

"Indudablemente ha mejorado mucho el parque" comentó Edilberto Suárez, residente que acostumbra hacer ejercicio, quien al verla se comprometió a dedicarle algunos minutos en las mañanas para recoger papeles.

Lo mismo hicieron un grupo de aproximadamente 20 mujeres que salen a ejercitarse en el lugar, "la vez pasada salieron con rastrillos, escobas y recogedores para limpiar el lugar", comentó Estela.

La actitud y colaboración de algunos de sus vecinos la tiene muy contenta y agradecida. "Estoy muy entusiasmada de ver a la gente ayudando -y agregó- si la gente lo ve limpio se abstendrá de ensuciarlo". 

Anuario 2011

Anuario 2011

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